Recientmente salí bajo la lluvia a hacer algunas fotos para capturar las luces RGB en las afueras de Taipei. Los que me cononcéis, sabéis que estoy obsesionado con las luces nocturnas de los paisajes taiwaneses. Cogí mi cámara analógica, me preparé psicológicamente para quedar empapado, y salí a capturar mis soñadas imágenes. Era tarde, estaba ya cansado tras pasarme el día entero trabajando en mis proyectos y cuidando de mis hijos, pero capturar la noche es algo que siempre compensa el esfuerzo. Cogí el autobús dirección a Xindian, y sin darme cuenta de cómo de empapado estaba quedando, andé todo el camino de vuelta a casa a través de carreteras intransitables y peligrosísmas por el tráfico y la cercanía con la que los coches y autobuses pasan al lado. Excitado por la suerte que estaba teniendo esa noche, ví que estaba capturando las mejores imágenes hasta el momento con mi cámara de film, tras retomarla al cabo de unos 30 años de usar solo formato digital. Era un auténtico festival de luces, pero no solo eso, en todas la direcciones donde apuntaba con mi cámara veía escenas memorables: gente bajando de los autobuses bajo la lluvia y volviendo a casa, gente andando entre las luces con sus paraguas, todo tipo de imágenes de belleza estética que sólo podía imaginar en mis mejores sueños totográficos.

Tras una larga sesión de fotográfica, buscando los mejores ángulos bajo la lluvia, sin paraguas y totalmente mojado, revoviné el carrete y noté que el revovinador estaba suelto. ¿Quizás el film se había salido del carrete? Decidí no abrir la cámara y la llevé sin más al laboratorio para que extrayeran el film sin peligro de que se velara, en el cuarto oscuro. Cuando llegué al laboratorio de revelado, le dijo al técnico que abriera mi cámara en el cuarto oscuro. Aún recuerdo su expresión cuando volvió de allí. «De hecho… No había ningún film dentro» Mi cara se volvió un poema surrealista. ¿Le ha pasado esto alguna vez a alguien? No podía soportar la vergüenza. Pero aún más importante, todas esas imágenes… No las vería jamás. ¿Cómo se podía ser tan estúpido? Había perdido toda esa noche, y además, me sentía ridículo.
Para más tortura, no podía borrar de mi cabeza todas esas imágenes que jamás vería reveladas. Sentí incluso odio por la fotografía por unos instantes. Pero esos momentos inicales de rabia y enfado, se convirtieron con el transcurso de los días en pensamientos más profundos.
Al cabo de unos días, empecé a darme cuento de algo inesperado. Algo em mi mente estaba ocurriendo por primera vez. Todas esas imágenes que nunca podría revelar, no me las podía quitar de la cabeza. Más vívidas que nunca, podía verlas con total claridad cada vez que cerraba mis ojos. Esa sensación de fristración, había de hecho impreso esas imágenes en mi cerebro, y no solo esas imágenes sino también los momentos que representaban.
Esta cita me vino a la cabeza:«Los momentos se aprecian mejor cuando se convierten en memorias». ¿Menuda tontería… Acaso es eso cierto? Para ser totalmente honestos, quisiera tener esas fotos… Pero hay algo que aprender de esta lección. Tengo desde ese momento la sensación que la tecnología actual, con teléfonos y cámaras que nos conectan a las redes sociales, están matando la fotografía.

Esta lección me ha ayudado a entender cómo las fotos quedan grabadas en la cabeza cuando están asociadas a una historia real, y no a una imagen instantánea que solo alimenta nuestro ego artístico. Sólo las fotos que representan un momento real, se queden en nuestra mente como algo más que una imagen. Nuestro ego nos está llevando a competir con nuestras fotos y presumir de ellas en las redes sociales. Pero no importa cómo de perfectas sean esas imágenes, si no representan un momento de nuestras vidas, para bien o para mal, esas imágenes, aunque perfectas, estarán vacías.
Voy con mucho cuidado cada vez que pongo el film en mi cámara y nunca cometeré el mismo error, pero ahora temo que mis imágenes, por el hecho de que se revelarán, quizás no las vea tan vívidamentte en mi mente como aquellas fotos sin carrete… Y las acabe olvidando en mi disco duro.
Nunca volveré a quejarme de el film es demasiado caro y que hay que esperar mucho tiempo para ver el resultado. Un problema mucho peor es no haber estado en ese momento y tomar imágenes que no representan a una vida realmente vivida.
Las mejores fotos son aquellas que se quedan en tu mente, para siempre.
Albert Ventura, Taipei, 22 de marzo de 2022